Entre el decir y el hacer están las ganas.
Despertar. Cocinar. Tomar un baño. Limpiar la casa. Estirar. Tocar el piano. El trabajo. La universidad. El trabajo de grado. La pausa activa. Estirar otra vez. Aprender a bailar. Bailar. Buscar motivaciones nuevas. Explotarlas. Dibujar en la libreta. Escribir la novela que se edita todos los días en la cabeza. Tomar cerveza con los amigos. Celebrar el amor. Amar. Odiar. Dejar de odiar. No basta con pronunciarlo y ya si no se enlazan las palabras a la acción y, no siendo suficiente, se vuelve necesario conjugar: Desperté. Cociné. Tomé un baño. Limpié la casa. Estiré. Toqué el piano. Trabajé. Estudié. Terminé -¡por fin!- el trabajo de grado. Hice una pausa activa. Estiré otra vez. Aprendí a bailar. Bailé. Encontré motivaciones nuevas. Dibujé en la libreta. Escribí la novela. Tomé cerveza con los amigos. Celebré el amor. Amé. Odié. Dejé de odiar.
Pasa a veces, que uno con la mirada le dice al otro por favor no me sueltes y, mientras el otro responde no te suelto, la mano ya está vacía. Pasa a veces, que uno con la palabra pregunta al otro ¿me quieres lejos? y el otro, a miles de kilómetros mentales, responde no. Pasa que la mirada y pasa que la palabra y pasa a veces que el otro tiene el valor de responder que nunca enlazamos las manos para no tener que soltarnos y que la confianza que crece es para poder quebrarnos el corazón un poco cuando con sinceridad se prefiera estar lejos. Y pasa que eso no pasa nunca salvo esta noche.
Entonces pienso en por qué no lo escribo. Y pienso en por qué lo escribo. Y me recuerdo que escribo como enferma todo lo que no quiero olvidar, lo que sé que se agota, lo que no quiero que se modifique en el recuerdo. Y me doy cuenta que tengo mi libreta intacta desde hace meses, como queriendo que no pase este momento que me ve a los ojos para decirme lo que sea y le veo los ojos y no la espalda y le agradezco con la sonrisa porque no huye. Y seguro he olvidado tildar o llevarle el ritmo a los párrafos que bailan solitos. Entonces dejo de pensar que debería escribir otra vez y escribo, para aferrarme al instante que no quería dejar pasar, para admitir que se agota, que pasa, que un día tendré que volver al rinconcito de palabras que sí necesito que me recuerden este momento de pura tranquilidad, tan hermoso como extraño, y lo agarro porque lo necesito mientras le escucho decirme que no enlazamos las manos pero siento su abrazo que me pregunta ¿quieres que hablemos?…
Está bien, empieza.
Qué texto tan bonito. Ando en algo parecido en mi vida. Un tiempo luminoso con sus cataclismos. No sé. Es bonito conjugarse con los verbos guarida de la felicidad, de alguna forma de felicidad. Conjugarse en pasado, para justificar la sonrisa. Y en futuro, para aguantar la luz gris cuando regrese. Para usarlos de brújula una vez el yermo vuelva a instalarse en la alcoba.
(Diré entonces: boxearé, saldré a montar bicicleta, leeré, escribiré, golpearé las paredes, recibiré golpes de vuelta, correré, cantaré, boxearé, leeré, leeré, escribiré)
Un abrazo.