Adiós gotas, adiós

Siempre puedo convencerme más de que hay que visitar los lugares comunes para asegurar que sí, son comunes. Entonces, cuando me pidió que camináramos bajo la lluvia, que me acompañaría camino a casa, el único condicionante que puse fue un simple beso. Y se negó.

Apenas si pude reirme, habrá pensado que soy un cliché andante. ¡Un beso bajo la lluvia!, la maldición romántica del siglo XIX y el sueño adolescente del XXI. Pero no alcancé a sentir vergüenza, cada vez se desdibuja más y hay menos miedo a hacer y decir en frente suyo hasta que un día me anestesie completa de tanto gusto.

Acepté el rechazo jocosamente, tomé su mano y salimos de la estación, sin prisa, dejando que la lluvia se adueñara de nuestras prendas. \”Yo no sé, mira, es terrible como llueve\”, cité a Cortázar en su oído cuando en un semáforo tuvimos que detenernos. Se acercó un poco y en su juego de irreverencia me dio un beso corto, casi de mentiras, como si mis labios fueran una herida que habla y los suyos la respuesta reparadora.

No habíamos caminado más de tres cuadras cuando ya dejaba de llover.

Se detuvo. Me detuvo: la idea era que lloviera más fuerte, dijo. Y me llevó al lugar común tan inhabitado, me permitió el cliché y todavía caían algunas gotas sobre nuestros rostros unidos, \”tristes gotas, redondas inocentes gotas\” pensé \”adiós gotas, adiós\”.

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