Corre la voz: autorretrato de un pueblo

El rescate de la oralidad de los pueblos está encaminada a lograr un conocimiento preciso de las vivencias personales, colectivas y locales de los mismos. La historia contada es la base constitutiva de los sistemas culturales populares y dada su importancia en la formación de las realidades resulta indispensable la observación de los diferentes aspectos que contribuyen a la comprensión de la diversidad que la representa.

Cuando vivimos sin testigos que nos ayuden a recordar es difícil ser un buen notario. Levantamos actas confusas o contradictorias según el poso que el tiempo haya dejado en los recodos de la memoria”

Josefina R. Aldecoa

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Una fibra de curiosidad de niño debe protegerse cuidadosamente cuando nuestra respuesta a todo sigue siendo la creación. Los límites entre investigar y crear se desdibujan cuando dejamos de pretender que las preguntas son para resolverse y aceptamos que es a partir de ellas que surgen más y más.

“Lo que importa no es el qué, sino el cómo”, decía Leila Guerriero en una Feria del libro en Bogotá. Que no es la historia, sino lo que la empuja y que “la clave no está en el cuento que la historia cuenta, sino en eso que la hace arribar con toda pompa a un puerto majestuoso o hundirse en el mar de la indiferencia”. Que una historia, cualquiera que sea, tiene como posible destino o la gloria o el olvido.

Quizá eso es lo que uno aprende cuando, durante la carrera, debe enfrentarse al juicio de sus ideas y, más tarde, a la apuesta colectiva por alguna de las ideas propuestas. Ningún caso es la excepción: exponer una idea es, de alguna manera, desnudar un pedacito de creatividad y aceptarlo vulnerable a la apreciación ajena, así como a la crítica.

La investigación es la búsqueda y la creación la apuesta que le empuja.

“Corre la voz”, proyecto fotográfico que en su etapa de inicio prometía visibilizar la religiosidad como uno de los ejes transversales de la tradición oral en el municipio de Ayapel, se convirtió en un viaje de 10 minutos en lancha diarios durante una semana para escuchar, en medio de tintos o tardes de mango, las historias de las personas que fundaron y prolongan el corregimiento de El Cedro, Ayapel.

Decía la cronista argentina que lo que le gusta de la realidad es que, “si uno permanece allí el tiempo suficiente, antes o después ella se le ofrece, generosa, y nos premia con la flor jugosa del azar”. Y aunque cualquiera podría estar de acuerdo con eso, ¿acaso no es el azar lo que hace que cada uno de nosotros, a su antojo, construya sus propias ficciones inmersas en supuestas realidades?

Investigar/crear es también dejarse abrazar por lo que al principio nos parece tan ajeno.

¿Quiénes, a través de la tradición oral, construyen y fortalecen la historia de El Cedro, Ayapel?

La paradoja de la memoria es que se encarga de dos tipos de ausencia;

la ausencia de lo que ya pasó y la ausencia de lo que nunca fue. La memoria es eminentemente narrativa y es esa posibilidad de escuchar muchas voces lo que la configura en sí misma; articulada por temporalidades que hilan y despliegan los acontecimientos.

 “La historia oral es una metodología de investigación que se apoya en técnicas diversas que posibilitan la recolección de narraciones individuales o colectivas, con lo que se enriquece el proceso de investigación y permite la recuperación de la historia de comunidades, en ausencia o complemento de documentos escritos” (Peppino, 2005. Pág 4)

Ayapel es un municipio colombiano localizado en el extremo oriental del departamento de Córdoba y bañado por las aguas del río San Jorge y la ciénaga de Ayapel. El Cedro es un caserío a 10 minutos de allí, en lancha. Pequeño en extensión pero grande en historias. Las personas que por primera vez pisaron su terreno dejaron en sus familias el legado del contar.

Según Todorov, el proceso de hacer memoria puede fragmentarse en tres momentos: el establecimiento de los hechos a través de la narración, la construcción del sentido y la puesta en servicio. Así pues, todo proceso de hacer memoria requiere de un narrador testigo que cuente el hecho, un historiador que le cargue de sentido y un conmemorador.

Estos son los personajes que, a través de la oralidad, prolongan la historia de El Cedro, Ayapel:

Juan Mercado

Juan tiene 82 años y es hijo de Gabriel Mercado, quien en compañía de Erasmo Ortega (su hermano) poblaron por primera vez El Cedro, Ayapel. Más tarde, ambos terratenientes vendieron algunos lotes y, al rededor de los años 40, poblaron el caserío.

Juan Vive con su esposa Hilda Julia, también de 82 años de edad, se dedica al comercio y lo que más extraña del pueblo es la abundancia de peces que había en la ciénaga y que, por abuso de los pescadores, se ha perdido. Cuando Juan no está trabajando, está jugando y cargando a alguna de sus nietas pequeñas que diario van a visitarlo.

Erasmo Mercado

Erasmo, de 76 años, vive frente a la casa de su hermano Juan.

Cuenta que en su infancia, esas dos casas separaban territorialmente las propiedades de su padre Gabriel Mercado y su tío Erasmo Ortega. Su padre murió a los 81 años. La casa en la que vive tiene un billar para los habitantes de El Cedro y un patio grande en el que anteriormente, solían apostar peleas de gallos.

Su recuerdo favorito de El Cedro es el de las tardes de su infancia. Pues, como era un lugar rico en fauna silvestre y todavía sin carreteras, el único camino que había en el caserío era el mismo por el que un tigre bajaba a cazar cada día a las 4pm. Los padres guardaban a sus niños en sus casas siempre a esa hora; ellos, felices e inocentes, veían desfilar la bestia desde sus ventanas.

Manuel Pérez

La primera vez que hablé con Don Manuel tuve que contar mentalmente desde cada fecha que mencionaba para comprobar que sí tenía los años que me dijo que tenía. Todavía me cuesta pensar en eso; sus ancestros le enseñaron sobre la medicina natural y ha tenido una vida tranquila y larga gracias a eso.

Manuel vive con la menor de sus hijas, de 54 años. Él, de 112 , vivió por más de 60 años con su esposa María en El Cedro, Ayapel. Vio crecer a los jóvenes Juan y Erasmo Mercado, fue amigo de sus padres, fundadores del caserío, y ha visto morir cantidad de habitantes más jóvenes que él.

Una de las cosas que más recuerda es lo mucho que tuvo que trabajar para reunir los mil pesos con los que compró la casa en la que todavía vive. Lo que más extraña es a su esposa y asegura que \”cuando hay amor, entra hasta por los dedos\”.

Gilberto Pérez

Después de que toda su familia insistiera en que Don Gilberto no me contaría nada, que por su accidente no hablaba con nadie ni me entendería, él agarró una silla y me invitó a tomar asiento con un gesto amable. Tuvimos una conversación larga, aunque intermitente, y me cantó algunas décimas.

Gilberto tiene 76 años, vive con su esposa Alcira y habla muy poco. Hace seis años perdió la audición y su ojo derecho, dedica su tiempo a la pesca y cuando de recordar se trata solo el canto de las décimas de su hijo activa la memoria animándolo a continuar la estrofa.

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