En el comedor, una niña se sienta frente a la sopa de tomate meciendo la cuchara de un lado a otro entre bocado y bocado que saborea gustosa. En la bañera, un niño agudiza la vista para verse los dedos de las manos, arrugados como pasas, después de horas jugando con el agua reposada. En la cama, una pequeña le pide a su padre que le lea el cuento de nuevo, pero esta vez que se lo lea completo por favor. ¡Ah! y en el parque; ese lugar mágico en el que el tiempo no existe, un niño llora de la risa.
En la cocina, una mujer se pregunta en qué momento pasaron 45 años de su vida y se cuestiona si es realmente feliz con sus dos hijos que, justo en ese instante, están jugando play y exigiendo comida. En el ordenador un hombre alrededor de los 30 años aumenta la velocidad de reproducción del vídeo de youtube para terminar sus clases virtuales en menos tiempo. En su escritorio, una joven de 25 años termina su jornada de trabajo pero no para de trabajar: siempre hay algo que ya casi está listo pero no está terminado. ¡Ah! y en las redes sociales, ese lugar mágico en el que el tiempo no se siente, un hombre hace scroll infinito en piloto automático.
Los cuatro niños tienen algo en común. Los cuatro adultos también.
Los primeros no tienen prisa, a los segundos nunca les alcanza el tiempo para nada… el tiempo. Todas las cosas que nos unen y hacen que la vida valga la pena: la familia, los amigos, los amores, los viajes y aprendizajes; dependen de lo único de lo que siempre estamos cortos: tiempo, ese lujo que la pandemia nos ha regresado.
Lo he conversado con aquellos a quienes más quiero. Nos han devuelto la lentitud; muy a los golpes, hemos tenido que volver a la quietud, a la conversación con nosotros mismos, al estar solos y a la espera. Eso, incluso en medio de todo lo que me agobia y me parece caótico: lo encuentro bello. La mayoría de los animales más lentos llevan la casa a cuestas. A nosotros los humanos, que en el último siglo solo hemos corrido 12 o más horas diarias pensando en el trabajo, hoy: nos obligan a estar en casa.
Me gustaría creer que he logrado que alguna de las ocho imágenes narradas se te haya plantado en la cabeza. Quizá las ocho, o que en este instante pudieras atrapar y abrazar ese recuerdo de algo que en la infancia te hacía feliz y que en la adultez, por falta de tiempo, ya no haces. Dejar de querer más en menos tiempo; paradójicamente, funciona igual que las metodologías ágiles que tanto admiro: fácil de entender, difícil de practicar.