Como la larva que deja la mosca sobre la piel. Crece.
Y un día cualquiera, como hoy, te duele nosabesdónde, te miras al espejo y no entiendes por qué duele donde duele. Seguro ya había dolido antes, alguien rozó y dolió más intenso. O es solo un noséqué consumiéndote de adentro hacia afuera cual larva sin que asome.
Crece, como el comentario de la prima a la que ves cada año pero basta abrirle la puerta para que te diga que estás muy gordo o muy flaco o con muchísimo acné; como si no tuvieras un espejo en casa. Crece lento y constante como las uñas y el cabello cuando nadie les mira.
Ojalá creciera para florecer como las amapolas. Pero si acaso se parecerá al ojo de poeta, enredadera que en un parpadear lo ha invadido todo.
Crece tanto que te impide el movimiento. De repente, es enorme.
Hoy me pasó: mientras estaba en clase de ballet, me pillé despistada. Eran cuatro pas de bourrées y no dos. Eran brazos allongé y no en quinta. Intenté concentrarme en la rutina y en mi cuerpo, lo juro, pero terminé abstraída conversando con un miedo ajeno que ahora es mío.
Le pregunté: a qué vienes.
Me respondió: es que tengo hambre.